febrero 16, 2004

Atlantis, el continente de los ingenuos

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Relatos de culturas poco conocidas hay muchos. Algunos tienen, según se ha demostrado, bases reales más o menos sólidas y otros son, simplemente, producto de la maravillosa imaginación y creatividad humanas, dos cosas cuya existencia niega a rajatabla todo farsantazo que se respete.

Evidentemente, toda historia antigua y maravillosa se adereza con la imaginación que odian tan intensamente los seguidores de las chapucerías de Von Däniken y parásitos similares.

En la Edad Media, por ejemplo, Asia se pintaba como un lugar donde había hombres sin cabeza que llevaban los ojos en las tetillas y la boca en el ombligo. La cantidad de loqueras divertidas que los escritores y capitanes de barco o mercaderes eran capaces de inventar era tal que fueron muy populares por entonces los "Libros de maravillas", que narraban descabelladas pero interesantes historias sobre sitios lejanos a los que no tenía acceso el lector (y a los que probablemente tampoco había ido el escritor).

Más atrás en el tiempo hay mitos detalladísimos como los del reino de Minos o de Troya, relatados por diversos autores en diversas épocas.

Evidentemente, cuando se encontró la civilización minoica, en ella no había un minotauro u hombre con cabeza de toro, mientras que en las excavaciones de Troya no aparecerán nunca los huesos de un semidiós llamado Aquiles cuyo único punto débil fuera el talón, siguiendo el mito. Y, mucho menos, resultó que en Asia vivieran los fenómenos de circo que inventaban escritores medievales maravillosos y admirables.

Uno de los mitos menos fundamentados es el de no una cultura, sino todo un continente completito perdido: Atlantis, un cuento empleado probablemente por Sócrates y recogido por Platón en sus Diálogos.

Solamente Platón, nadie más, habla de Atlantis. La suposición razonable es que es una alegoría de las muchas que usa Sócrates en los Diálogos de Platón para mostrar cómo se debe pensar.

De allí, numerosos vagos se han pasado años y años, cobrando y buscando Atlantis.

Por supuesto, la tontería no está en ver si ese mito, aunque tenga cara de invento por no estar sustentado en ningún otro autor, tiene una semilla de verdad (probablemente relacionado con la isla de Santorini), sino en que los charlatanes han decidido tomarlo al pie de la letra: todas las marvillas que Platón describe son aclamadas por los descerebrados como descripciones precisas y puntuales de la realidad exacta de un pueblo del que nadie sabe nada excepto Platón.

Por supuesto, si hubiera motivo para creer que tales descripciones se corresponden con la realidad, Atlantis debería ser asunto de la máxima importancia.

Pero, en sus Diálogos, Platón habla de muchas otras cosas que no son verdad ni son descripciones puntuales de la realidad. Así, habla constantemente de los dioses, en particular del rey del Olimpo, Zeus, pero ningún alérgico al trabajo anda tratando de vendernos la búsqueda de comunicación con el dios del rayo.

Igualmente, las imprecisiones de los diálogos (como, digamos, la teoría del color expuesta en "Critias", uno de los dos diálogos donde se menciona a Atlantis, junto con "Timeo") los revelan como lo que son: una forma de enseñar la filosofía que estaba apenas desarrollándose como una aproximación al conocimiento que, si bien estaba por vez primera apartándose de la creencia, no era ni con mucho representante de un conocimiento acabado.

O sea, estos tipos creen que Atlantis fue efectivamente un regalo al dios Poseidón, casado con la mortal Cleito cuyo hijo Atlas fundó la dinastía hasta que se violaron las leyes de Poseidón y Zeus decide destruir Atlantis.

Porque, si esa parte no es cierta, ¿en qué se basan para creer las otras partes, igualmente sin bases, igualmente imaginativas?

De hecho, los Diálogos de Platón en sí son un producto mucho más sorprendente que cualquier ejercicio de la imaginación relacionado con Atlantis o alguna fantasía similar. Sócrates inaugura una aproximación a la realidad que es mucho más importante que una cultura mítica, perfecciona el recién nacido pensamiento crítico (otra causa de alergia entre los simuladores profesionales), proclama la independencia del pensamiento ante el poder y, en resumen, funda la civilización occidental.

Por supuesto, los falsificadores de moneda intelectual no son capaces de darse cuenta de la hazaña de Sócrates. Y entonces se van a buscar Atlantis.

La seriedad y metodología científica empleada por los embaucadores en la búsqueda del mito queda patente en sus conclusiones preliminares.

Sin lugar a dudas, Atlantis está en:


Más seriedad no se puede pedir.

Esta variedad de suposiciones descabelladas que no se pueden llamar teorías se debe a que los charlatanes necesitan salir con una "interpretación original" basada en cualquier pamplina (el supuesto mapa de Piri Reis, alucinaciones disfrazadas de trances mediúmnicos, interpretaciones absurdas de la realidad, libros de sus colegas del fraude, etc.) para vender libros y ser invitados a dictar conferencias a los agujeros en los que se reúnen quienes babean ante cualquier misterio falso (la misma tribu, por desgracia, que se queda fría y desinteresada ante los misterios verdaderos y las auténticas maravillas que nos ofrece el universo).

Y así, comen, beben y viven a costillas del engaño de otros que, de buena fe (por su falta de información) celebran sus palabras asombrados.

Pronto se podrá decir que Atlantis, en realidad, estuvo: en la Luna, en Cuernavaca, en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, en Wichita Falls, en la Selva Negra alemana o en cualquier otro lugar novedoso que venda libros.

En fin, los timadores atlánticos no van a buscar a Zeus ni se lanzarán a encontrar el lugar preciso donde está la caverna de otra alegoría platónica, sino que seguirán picando piedra con la tontería de que Atlantis es verdad y no mito.

¿Cómo lo saben?

La verdad es que no lo saben, pero algo tienen que vender, o se verían obligados a hacer lo que más aborrecen: ganarse la vida honradamente.

Una cosa es segura: si Sócrates los viera y se enfrentara a ellos con su método dialéctico, no le llegaban al segundo round.